La elucidación del misterio de la muerte (Part 1/2)

A
l tratar el fenómeno de la muerte, probablemente nos estemos ocupando de la pregunta filosófica más ponderada universalmente. Además, y en particular debido a que la población norteamericana mayor de sesenta y cinco años se está duplicando, estamos tratando un tema en verdad preocupante. En respuesta a todo lo que la muerte representa como la gran promesa de un más allá (o con el advenimiento de la época científica, la gran extinción), se encuentra El fenómeno de la muerte, de L. Ronald Hubbard.

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      A título de presentación, regresemos brevemente a finales de 1951, cuando a raíz de Dianética, Ronald declaró: “Cuanto más investigaba, más entendía que aquí, en esta criatura llamada Homo Sapiens, había demasiadas incógnitas”. En particular, mencionó: “extraños anhelos” por tierras lejanas, curiosas memorias de épocas distantes, y aquellos que sin entrenamiento detectable, repentinamente y sin explicación alguna hablaban lenguas extranjeras. Luego, además, y aquí está el punto crucial, pronto se registraron casos, de hecho docenas, de aquellos que después de recibir Dianética no habían mostrado el mejoramiento que se esperaba, hasta no haberse aliviado de las experiencias traumáticas que parecían haber correspondido a varias vidas.

      Para percatarnos de lo que se estaba desarrollando, entendamos que si Dianética incluye “seguir las huellas de la experiencia” para descargar los traumas ocultos, entonces se encontró que es obligación del auditor de Dianética el tratar la suma total de esa experiencia, aun incluyendo, como Ronald explicó: “fenómenos para los cuales no tenemos una explicación adecuada”. Su primera declaración que se registró sobre el tema fue igualmente indecisa. En referencia a un caso donde se ofrecieron detalles muy convincentes de lo que por lo visto era una muerte previa, dijo simple y llanamente: “Tenemos que mantenernos sin prejuicios respecto a estas cosas”, y no se comprometería más. No obstante, en su fuero interno, parecía no haber quedado convencido, y de manera razonable sugirió que lo que se dio en llamar secuencia de la vida pasada, fuera imaginado, tal vez representando un modo de “refugiarse en un pasado ficticio”. Pero en cualquier caso, y esto lo sostuvo con firmeza, el asunto claramente justificaba más investigación.

      Para captar lo que siguió a esto se requiere una breve explicación de las circunstancias. No mucho después de la publicación de Dianética: La ciencia moderna de la salud mental, y tras una popularidad sin precedentes (el libro pronto llegó a la cima de las listas de best-sellers, produjo titulares sensacionales y finalmente inspiró nada menos que un movimiento nacional), se había formado la primera Dianetics Research Foundation (Fundación de Investigación de Dianética) en la ciudad de Elizabeth, Nueva Jersey. A pesar de figurar de manera nominal entre los directores, Ronald se recluyó para seguir con la investigación, las conferencias y el entrenamiento de los estudiantes. La administración real de los asuntos de la Fundación recayó en otros, y dentro de ese acuerdo, se encontró frente a una resolución de la junta para prohibir absolutamente cualquier otra discusión acerca de las vidas pasadas.

      Si hemos de hacer plena justicia, quienes estaban detrás de aquella resolución de la junta de Nueva Jersey, de infame reputación en la actualidad, no deberían ser acusados de un prejuicio arbitrario. Después de todo, y en particular dentro de la sociedad occidental de mediados del siglo XX, la noción de una existencia pasada era de lo más extraño. Además, cuando se habla de quienes componían la junta de Nueva Jersey, incluyendo a los ya mencionados Dr. Joseph Winter, médico de Michigán, el ex ingeniero de la Western Electric, Donald Rogers, y el editor de la Astounding Science Fiction (Ciencia Ficción Asombrosa), John W. Campbell Jr., uno está hablando de toda una cuadrilla inclinada a pensar de forma materialista. Campbell, por ejemplo, había forcejeado previamente con varias teorías complejas, que explicaban el pensamiento humano en términos estrictamente celulares, y por otra parte estaba interesado en particular en que Dianética permaneciera sobre un fundamento de aceptable índole científica; es decir, material. Mientras tanto, Winter, que tenía los mismos intereses políticos, en su calidad de director médico de la Fundación, continuó debatiendo que Dianética nunca alcanzaría verdadera aceptación (y fondos federales, de suma importancia) a menos que se amalgamara dentro del círculo de poder de la psicología y la psiquiatría americanas... lo cual, a su vez, exigía que nada alterase el orden de un credo psicológico y psiquiátrico que definía nuestras vidas como un proceso puramente bioquímico que comienza con nuestro nacimiento y termina con nuestra muerte.


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